«¡Ha caído el cedro!» La palabra profética vs. la tala rasa imperial

«¡Ha caído el cedro!» La palabra profética vs. la tala rasa imperial

Traducción: Manuel Casal Lodeiro. Revisión: Instituto Resiliencia.

(Publicado en Earth and Word: Classic Sermons on Saving the Planet, ed. por David Rhoads, Continuum, 2007, pp 211-223.)[1]

“Desde que yaces tendido, nadie sube a talarnos.» (Is. 14, 8)

La hermana Dorothy Stang.
Fuente: CatholicMission.org.au
A MEDIADOS DE FEBRERO DE 2005, una monja de 73 años fue asesinada por rancheros cerca de Anapu, Brasil, a causa de sus esfuerzos por detener la tala ilegal de la selva tropical. Dorothy Stang, miembro de la congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de Namur, oriunda de Dayton, Ohio, en los EE. UU., era una líder espiritual, educadora, y activista a favor de los campesinos[2] de la región. Estaba trabajando en el Programa Piloto para la Conservación de la Selva Tropical Brasileña, que promueve el control ambiental para reducir la deforestación y las quemas, y que impulsa la economía animando a los agricultores pobres a desarrollar actividades sostenibles. “Este proyecto supone una esperanza para la Amazonía”, escribió la hermana Dorothy poco antes de que su nombre apareciera en la lista de personas asesinadas en 2003, “pero padecemos la plaga de las empresas madereras y de los rancheros que destruyen miles de hectáreas cada año”. Se dirigía a un encuentro con un grupo comunitario cuando le salieron al paso sus asesinos. Los testigos afirmaron que Stang sacó una Biblia de su bolso y comenzó a leerles un pasaje. La escucharon durante un momento, y después le dispararon seis veces, matándola al instante.

Me pregunto qué pasaje de las escrituras les pudo haber leído en ese momento terrible…

“Cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo…”, escribió el tercer Isaías (Is 65, 22). Esta antigua sabiduría reconoce la existencia de una simbiosis esencial entre la cultura humana y los bosques. Encontramos un eco de ella en nuestros días en las personas que nos advierten acerca del futuro ecológico, diciéndonos que la salud de nuestros bosques es la clave para la integridad medioambiental global. Jan Oosthoek escribe:

La destrucción de los bosques del mundo es una preocupación de primer nivel en la actualidad. Según la ONU, el 40% de los bosques de Centroamérica fueron destruidos entre 1950 y 1980. Durante el mismo periodo, África perdió el 23 por cierto de sus bosques. La deforestación ocasiona toda una serie de problemas ambientales, entre los cuales se cuentan: inundaciones graves, una pérdida acelerada de suelo, el avance de los desiertos y una productividad de la tierra en declive.[3]

La hermana Dorothy comprendió la verdad política y teológica que encierra este ultimátum, como también hicieron otros mártires de los bosques como el Padre Nerilito Satur, un joven sacerdote asesinado en Guinoyoran, Filipinas, en octubre de 1991, a causa de su oposición a las talas ilegales, y el más conocido Chico Mendes, representante del sindicato brasileño de recolectores de caucho, muerto en 1988 por su actividad organizativa[4]. Su testimonio nos recuerda que la preservación de los bosques es una lucha a vida o muerte entre las comunidades que dependen de ellos y que los valoran espiritualmente, y los poderosos intereses de quienes saquean los bosques primigenios por una ganancia económica y política, destruyendo el tesoro de nuestro bien común. Esta resulta ser, pues, una de las luchas más antiguas de la historia humana.

EN LAS CULTURAS INDÍGENAS se reverencia a los árboles más viejos y de mayor envergadura, como corazón espiritual y social del grupo, que ofrece testimonio del pasado, refugio en el presente y continuidad para el futuro. Tales árboles proporcionan un símbolo para los ritos, al tiempo que un sustento para la vida diaria. Según las tradiciones desde los nativos de California hasta la sabana africana, pasando por la Britania céltica, el gran árbol del lugar representaba una especie de axis mundi, que ofrecía comunión entre el cielo y la tierra. Las personas anciandas se podían reunir bajo sus venerables ramas para arbitrar en la vida de la comunidad, resolver conflictos, ofrecer consejo y narrar las historias sagradas. La Biblia, así mismo, reconoce el papel del árbol sagrado en el viaje del pueblo hacia su liberación, desde el principio hasta el final:

  • Abraham plantó un árbol en Beerseba e invocó allí el nombre del Señor, el Dios eterno (Gén 21, 33).
  • A cada lado del río se erguían ejemplares del Árbol de la Vida, y sus hojas servían para sanar a las naciones (Ap 22, 2).

“Abram atravesó el país hasta el lugar sagrado de Siquem, hasta la encina de Moré […] Yahveh se le apareció a Abram […] Entonces él edificó allí un altar a Yahveh” (Gén 12, 6s; cf. 18, 1). La Torá nos dice que el primero de todos los altares fue levantado bajo un “árbol de sabiduría”. El comentario de la JPS[5] indica que “El hebreo ‘elon moreh indica, sin lugar a dudas, algún árbol poderoso asociado a lo sagrado. Moreh debe significar ‘maestro, oráculo, el que da’.” Tanto Gedeón (Jc 6, 11) como Elías (1 R 13, 14 y 19, 4) tienen también encuentros divinos bajo la sombra de los terebintos[6]. Aunque los árboles sagrados hayan dejado de ser reconocidos en Occidente como el centro de nuestra conciencia o de nuestras comunidades, aún son el corazón viviente de la tierra… si es que tenemos ojos para verlo.

Arboleda de Bisharri. Fuente: Habeeb.com.
Los cedros del Líbano reciben numerosos elogios a lo largo de las escrituras. A cualquiera que haya visitado el Líbano moderno (cuyo nombre deriva de la raíz semítica lbab que significa “la montaña blanca”, a causa de su cubierta de nieve) le resultará difícil creer que alguna vez pudieran haber crecido vastas extensiones de árboles a lo largo y ancho de lo que ahora es una región relativamente árida. Pero estas tierras altas estuvieron una vez cubiertas por un espeso manto de cedros, bosques que son simplemente calificados en la Biblia como “la gloria del Líbano” (Is 60, 13). El Cedrus libani alcanza de media una altura de más de 30 m y una circunferencia de 13 m, llegando muchos ejemplares a una edad de más de mil años. De hecho, la palabra hebrea para denominar al cedro (e’rez) es casi un homónimo de la palabra que denomina a la tierra misma (eretz)[7]. Las laderas de las montañas de Oriente Medio estaban cubiertas con inmensos bosques de cedros allá por el comienzo del tercer milenio antes de Cristo, pero ya habían desaparecido casi todos en la época de Jesús. David Haslam calcula que pudo haber entre cien mil y un millón de cedros en los bosques del Líbano en el tiempo en que se construyó el templo de Salomón[8]. Hoy día, sin embargo, los bosques ocupan menos del 6% de la superficie del Líbano, y los cedros representan menos del 3% de esa área.

Así pues, este árbol sagrado —el más antiguo de todos— representa una especie de centinela, testigo del más antiguo legado de destrucción ambiental del que hay constancia en la historia de la civilización. Como expresó el poeta francés del s. XIX Lamartine, “los cedros conocen la historia de la Tierra mejor que la historia misma”[9].

El cedro era, para las culturas mediterráneas de la Antigüedad, lo que la secoya para los estadounidenses que en el s. XIX llegaban a California: por un lado reverenciados, y objeto de incontables loas literarias; por otro, explotados sin piedad como un recurso económico estratégico. Dado que la mayoría de las tierras bajas del Mediterráneo y del Creciente Fértil habían sido deforestadas por completo por las primeras ciudades-Estado, los árboles de madera resistente[10] de los bosques del Líbano eran codiciados por su tamaño y durabilidad. La madera de cedro es resistente ante la descomposición y los insectos, es aromática, es buena de pulir y tienen una veta cerrada y estrecha con la que es fácil trabajar. Pero, lo que es más importante, los antiguos gobernantes acostumbraban a acometer grandes programas de construcción para mostrar su poder y riqueza, y construían grandes naves para la conquista; para estos proyectos necesitaban la madera firme de los grandes cedros, especialmente para los mástiles de los barcos y para las vigas maestras de sus grandes templos y palacios. Así fue que los bosques del Líbano se convirtieron en repetidas ocasiones en objetivo de la explotación de sucesivos imperios. Los profetas bíblicos aluden a menudo a este legado de deforestación, como veremos más adelante. Pero la historia va mucho más atrás que la Biblia; de hecho, se narra en la pieza literaria más antigua conocida en el mundo: La epopeya de Gilgamesh[11].

Escrita en Mesopotamia en algún momento del tercer milenio a. C., unos quince siglos antes de Homero, este poema épico trata sobre Gilgamesh, el gobernante de la ciudad-estado de Uruk. Como era típico en los reyes de la Antigüedad, Gilgamesh deseaba engrandecerse con “un nombre que perdure” mediante la construcción de “muros, una gran muralla y un templo”. Como necesita grandes cantidades de madera, en el segundo capítulo del poema, titulado “El viaje al bosque”, Gilgamesh parte hacia los bosques primigenios, “a la tierra donde se tala el cedro”. Pero este bosque estaba considerado como el jardín de los dioses, y estaba protegido por la máxima deidad sumeria, Enlil, quien había confiado en el feroz semidiós Humbaba su custodia.

Gilgamesh y su compañero Enkidu cruzan siete cordilleras (¡muy típico!) antes de encontrar los cedros, y quedan asombrados por su descubrimiento: “Permanecieron en pie, casi en silencio, y observaron el bosque, vieron lo altos que eran los grandes cedros […] También vieron la Montaña de los Cedros, donde vivían los dioses […] El cedro alzaba a las alturas su exuberancia: ¡Qué fresca sombra, qué delicia!” Sin embargo, Gilgamesh y Enkidu comienzan a talar los cedros, mientras Humbaba aúlla su protesta. Se inicia una gran lucha, hasta que finalmente Humbaba resulta muerto. “En dos leguas a la redonda los cedros resonaron. Entonces se siguió una gran confusión; pues este era el guardián del bosque, a quien ellos habían derribado a golpes, aquel cuyas palabras hacían estremecer al Hermón y al Líbano. Ahora los montes estaban conmovidos [..] pues el guardián del cedro yacía muerto.” Cuando Enlil descubre la destrucción del bosque de cedros, envía una sucesión de maldiciones ecológicas sobre los ofensores: “Que el alimento que comáis sea devorado por el fuego; que el agua que bebáis sea tragada por el fuego.”

El “Viaje al bosque” oculta un patrón histórico auténtico de explotación ecológica disfrazado de narración heroica. Pero el mito refleja, al mismo tiempo, una gran ansiedad; se percibe la sensación de que una vez que los humanos comienzan a explotar los bosques, nada los detiene. Así pues, el capítulo concluye con una escalofriante apreciación: “Así que Gilgamesh taló los árboles de los bosques y Endiku arrancó sus raíces hasta llegar a la orilla del Éufrates”. De hecho, la deforestación realizada por Gilgamesh y sus sucesores en el sur de Mesopotamia jugó un papel determinante en el declive de la civilización sumeria, como ha analizado recientemente Jared Diamond en Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen (Viking, 2005; ed. española: Debate, 2006). Los ríos Éufrates, Tigris y Karún, así como sus afluentes, comenzaron a salinizarse y colmatarse de sedimentos, obstruyendo los canales de irrigación. Tras mil quinientos años de éxito agrícola, apareció de pronto un grave problema de salinidad, que resultó en el declive de la producción de alimentos. Así pues, los mismos planes constructivos que se esperaba que fortaleciesen el imperio, acabaron trayendo su destrucción.

Antigua moneda fenicia. Fuente: Owlcation.com.
Fueron los fenicios quienes usaron los cedros para construir la primera gran nación marítima de la historia. Sus famosos trirremes marinos se impusieron en la costa del Líbano desde los puertos de ciudades antiguas tales como Biblos, Tiro y Sidón. Finalmente, llegaron a controlar el lucrativo comercio internacional del cedro. Ya por el año 2800 a. C., la gente de Biblos talaba cedros en el Líbano para exportarlos a Egipto y Mesopotamia. Los egipcios usaban el serrín de cedro para la momificación; la resina, conocida como cedria, para embalsamar y también para reforzar el papiro; y los aceites, como medicina. El profeta bíblico Ezequiel se extiende escribiendo acerca de la ciudad-estado fenicia de Tiro, la grandeza de su comercio marítimo, su militarismo, su hambre insaciable de madera (Ez 27, 2-11) y su destrucción final por Yahveh (27, 27ss). Del elaborado escarnio de Ezequiel se apropió siglos más tarde el prisionero político Juan de Patmos, en su crítica apocalíptica de la opresión económica y política de Roma en Apocalipsis 18.

El Líbano cayó más tarde bajo el control de Egipto, después sucesivamente bajo el de los imperios babilonio, persa, griego y romano. Las tierras altas habían quedado tan desnudas ya en el tiempo del emperador romano Adriano, que se sintió obligado a instalar marcas alrededor de los bosques que quedaban, declarándolos de Dominio Imperial. Pero la explotación periódica continuó durante otros dos milenios. La última tala rasa fue realizada por los turcos otomanos, quienes tomaron todos los cedros que crecían a una distancia apta para trasportarlos al ferrocarril de Hiyaz con el fin de proporcionar combustible a sus motores a base de leña. Tan solo las arboledas a mayor altitud y más remotas se salvaron. Desde la Antigüedad hasta nuestros días, por tanto, el patrón ha sido el mismo: como dijo Benjamin Kasoff, “los bosques del Líbano han estado bajo un asedio permanente”[12]. No resulta extraño, pues, que los profetas bíblicos estuviesen siempre advirtiendo a Israel de que los bosques cercanos estaban en peligro: “Tus destructores, con todas sus hachas, talarán lo selecto de tus cedros y lo arrojarán al fuego” (Jr 22, 6s).

HAY DOS TRAYECTORIAS LITERARIAS PRINCIPALES relacionadas con los cedros en las escrituras hebreas. Por un lado, representan la imagen natural más habitual, que simboliza la belleza y la fortaleza (Sal 29, 4; 92, 12; Cantar de los Cantares 4, 5 y 8). Son el epítome de la magnífica Creación de Dios — “Se empapan bien los árboles de Yahveh, los cedros del Líbano que él plantó” (Sal 104, 16s)— aunque incluso su grandeza palidezca ante el poder del Creador (Sal 29, 5-9). Y son una metáfora de Israel mismo, como objeto del cuidado de Dios (Os 14, 5-7).

Pero los cedros tienen también en las escrituras una connotación política única. Durante el experimento que el propio Israel acomete como poder hegemónico regional bajo la monarquía unida, el reinado de Salomón se caracterizó, como aquel del antiguo Gilgamesh, por la codicia de la madera de los cedros. El Libro primero de los reyes narra con cierto detalle cómo Salomón requirió del rey Jiram de Tiro que le proporcionase madera de cedro para construir el primer gran templo y palacio de Jerusalén (1 R 5, 6ss). El plan de Jiram para llevar los troncos hasta el mar desde el Líbano y trasportarlos a flote bajando por la costa en balsas, queda confirmado por un fresco que muestra este mismo método y que se encontró en el palacio de Sargón en Nínive (ca. 700 a. C.). El tratado de Salomón suponía un dulce acuerdo entre casas reales, con alimentos que iban de una a otra parte a cambio de importaciones de lujo (1 R 5, 20). Y toda la tala se hacía mediante trabajo forzoso (1 R 5, 13-15). Esto no resulta tan raro en la política económica actual de los plátanos o del café, del zinc o del uranio: el esfuerzo de trabajadores a cambio de pobres pagas, mantiene un mercado controlado por quienes se lucran y reciben grandes beneficios, con un coste ambiental enorme (y no contabilizado) para la propia tierra. Podríamos decir, por tanto, que los cedros que figuraban de manera tan prominente en el Templo de Salomón —así como su propia casa real— estaban cubiertos de sangre.

¡Y tanto que prominentes! 1º Reyes 6-7 describe tanto el Templo como la “Casa del Bosque del Líbano” artesonados en cedro “desde el suelo hasta el techo”, con docenas de vigas y pilares. El comercio del cedro era uno de los muchos modo en los cuales Salomón remedaba los hábitos de otros antiguos líderes imperiales (se le describe en el Cantar de los Cantares 3, 7 como un cabecilla militar rodeado de una falange de guerreros, trasportado en un palio real hecho con madera de cedro). Fueron precisamente semejantes patrones reales de apostasía los que merecieron el escarnio de los profetas de Israel, quienes los vieron como la razón por la cual la monarquía de Israel estaba condenada.

Tiene considerable ironía, e incluso sarcasmo, que los profetas —perfectamente conscientes de que los cedros eran objetivo de la hybris de la realeza— hablasen también del árbol como una metáfora del propio imperio. El autor de los Salmos compara Egipto a un cedro que ha sido talado (Sal 80, 8-12). Amós celebra la caída de los amorreos, “que eran tan altos como los cedros y fuertes como las encinas” (Am 2, 9). Esta tradición retórica se desarrolla de un modo más completo en Ezequiel 31:

Fíjate en Asiria, que alguna vez fue cedro del Líbano, con bello y frondoso ramaje; su copa llegaba hasta las nubes. […] Todas las aves del cielo anidaban en sus ramas. Todas las bestias del campo parían bajo su follaje. Todas las naciones vivían bajo su sombra. […] Ningún cedro en el jardín de Dios se le podía comparar; […] Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Por haber exagerado su talla, levantado su copa por entre las nubes, y haberse engreído su corazón de su altura, yo lo he entregado en manos del conductor de las naciones […] (31, 1-11).

Más tarde, Jesús mismo aludirá a esta alegoría anti-imperial en su famosa parábola del grano de mostaza (Mc 4, 30-31).

Zigurat restaurado en Ur. Fuente: BibliotecaPleyades.net.
La metáfora de la “gran altura” del imperio es, por supuesto, una alusión al antiguo relato de la torre de Babel en Génesis 11: “Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos y hagámonos famosos […]” (Gén 11, 4). Podemos oír aquí claros ecos de la búsqueda de Gilgamesh de un nombre inmortal, y podemos ver el proyecto arquetípico del urbanismo imperial. Esta fábula admonitoria es una parodia escasamente velada de los zigurat mesopotámicos: Babel es un juego de palabras a partir de la palabra babilónica que quiere decir “puerta de los dioses” y la palabra hebrea que indica “confusión”. Isaías se apropia de este tema en su ataque contra el rey de Babilonia: “¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! […] Tú que habías dicho en tu corazón: «Al cielo voy a subir […] Subiré a las alturas del nublado y me asemejaré al Altísimo»” (Is 14, 12-14).

El lamento de Zacarías expresa el hecho de que los bosques eran el primer objetivo de conquista imperial:

Abre tus puertas, Líbano, y el fuego devore tus cedros.
Gime, ciprés, porque ha caído el cedro, porque los majestuosos han sido arrasados. Gemid, encinas de Basán,
porque ha sido abatida la selva impenetrable. (Za 11, 1s)

De este modo anhelaban los profetas la llegada del día en que, como dijo Isaías, los mismísimos poderes del imperio “dominador de naciones” serán, por medio de la justicia de YHWH, ellos mismos “talados”, como los venerables cedros que explotaron:

Pues será aquel día de Yahveh Sebaot para toda depresión, que sea enaltecida, y para todo lo levantado, que será rebajado; contra todos los cedros del Líbano altos y elevados […] contra cada torre prominente, contra todo muro inaccesible, contra todas las naves de Tarsis (Is 2, 12-15)

Esta tradición se muestra más claramente en el notable oráculo de Isaías que critica específicamente el despojo asirio de los bosques. El contexto es el siguiente: el rey israelita Ezequías intenta negociar nuevas alianzas tras la derrota infligida por el rey Senaquerib a Egipto en el año 701 a. C. y a Babilonia en 689[13]. En Isaías 37 (cf. 2 R 19, 8-28) el profeta advierte a Ezequías para que no persiga la seguridad política y militar por medio de una alianza con Senaquerib:

El más antiguo cedro en el Shouf, de una edad estimada en cinco mil años. Fuente: Habeeb.com.

Esta es la palabra que Yahveh pronuncia contra él [Senaquerib, rey de Asur]: Ella te desprecia, ella te hace burla, la virgen hija de Sión. Mueve la cabeza a tus espaldas la hija de Jerusalén. ¿A quién has insultado y blasfemado? ¿Contra quién has alzado tu voz y levantas tus ojos altaneros? ¡Contra el Santo de Israel! Por tus siervos insultas a Adonay y dices: ‘Con mis muchos carros subo a las cumbres de los montes, a las laderas del Líbano, derribo la altura de sus cedros, la flor de sus cipreses, alcanzo el postrer de sus refugios, su jardín del bosque. (Is 37, 22-24)

Hacer subir carros por el monte Líbano es como intentar conducir tractores pesados hasta el centro de las selvas primigenias: es difícil, pero el deseo imperial (o empresarial) de conquista al final acaba por prevalecer. Isaías comprende que estos bosques son, ante todo, un objetivo militar. Y aún hoy día la guerra se hace, al final, por recursos (como es el caso, ciertamente, en la ocupación estadounidense de Irak).

No sorprende, pues, que Isaías vea el final del imperio como un alivio no sólo para los pueblos oprimidos, sino también para los bosques, articulado en el escarnio del “Lucero” citado anteriormente:

Entonces, cuando te haya calmado Yahveh de tu disgusto y tu desazón y de la dura servidumbre a que fuiste sometido, dirigirás esta sátira al rey de Babilonia. Dirás: “¡Cómo ha acabado el tirano, cómo ha cesado su arrogancia! Ha quebrado Yahveh la vara de los malvados, el bastón de los déspotas, que golpeaba a los pueblos con saña golpes sin parar, que dominaba con ira a las naciones acosándolas sin tregua. Está tranquila y quieta la tierra toda, prorrumpe en aclamaciones. Hasta los cipreses se alegran por ti, los cedros del Líbano: «Desde que yaces tendido, nadie sube a talarnos» (Is 14, 3-8).

Una imagen notable, en verdad: ¡los árboles lanzándose a cantar alabanzas a la caída de aquellos reyes que los arrasan! Supone un himno extraordinario a la justicia ecológica. Y la redención escatológica incluirá la reforestación de las tierras “desertificadas”, resultado de milenios de talas rasas: “Que el desierto y el sequedal se alegren” porque “la gloria del Líbano le ha sido dada, el esplendor del Carmelo y del Sarón” (Is 35, 1f).

EL VALLE DE QADISHA EN EL LÍBANO ha sido sede de comunidades monásticas de forma continuada desde los primeros tiempos de la Cristiandad. Al comienzo, estas comunidades reclamaron el papel de “guardianes” de los bosques de cedros, como Enlil lo fue de los antiguos. Gracias a ellas, y al moderno movimiento ecologista, las últimas doce arboledas de cedros que quedan fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1998. La arboleda más famosa es conocida como “Los cedros de Dios” (Arz el Rab), a unos 130 km de Beirut, cerca del lugar donde nació el gran poeta libanés Jalil Yibrán. Son unos 375 cedros —algunos de más de dos mil años de edad— situados en una cavidad glacial protegida, a unos 1.600 m de altitud, en el monte Makmel. Esta pequeña arboleda superviviente observa silenciosa la tala rasa que comenzó hace unos cinco mil años, y supone un recordatorio tanto de la fragilidad de la Creación, como del deber que el pueblo creyente y consciente tiene de guardarla[14].

Tanto la lucha mítica entre Gilgamesh y Humbaba como los improperios de los profetas contra la tala rasa nos narran la conquista imperial de la Naturaleza y de las culturas que han vivido en simbiosis con ella. Esta guerra se ha reanudado con cada nueva generación desde entonces, en cada rinción del globo, para satisfacer el apetito insaciable de crecimiento material de la civilización. Es el conflicto más viejo del planeta, y continúa aún en nuestros días, incluyendo ahora también los ríos, los acuíferos, las montañas, la tundra, la capa de ozono, incluso nuestra propia constitución genética. Incontables especies puestas en peligro o extintas son el coste de esta guerra. Pero al destruir la Naturaleza, estamos en realidad canibalizando la fuente de nuestra propia vida, igual que hicieron los sumerios. Como expresó Evan Eisenberg en su brillante libro The Ecology of Eden (Knopf, 1998): “La civilización depende de la naturaleza salvaje; sin embargo, no sucede al revés”.

Foto: Eric Slomanson
Entonces, ¿qué podría significar para nosotros esta tradición de feroz ecojusticia profética? Cuando Julia ‘Mariposa’ Hill permaneció sentada durante dos años en lo alto de una secoya, en el norte de California a finales de los años noventa, para evitar la tala de árboles milenarios, no se apoyó para ello en las iglesias. De hecho, la mayoría de los cristianos la habría rechazado por ser una idealista terca y equivocada. Sin embargo, desde un punto de vista bíblico, su actuación se encuadraba en la tradición profética, al igual que la de los mártires de los bosques citados al comienzo, quienes tampoco murieron en vano:

  • Chico Mendes alcanzó fama internacional, logrando que se prestase atención mundial a la crisis de las selvas tropicales.
  • En Filipinas, el movimiento EarthSavers otorga un galardón anual en honor del Padre Satur a quienes se destacan en defensa del medioambiente, y muchos católicos se han implicado en la resistencia no-violenta a las talas ilegales.
  • Una semana después del asesinato de Dorothy Stang, el presidente brasileño Luiz da Silva respondió a la clamorosa protesta con la orden de crear dos enormes reservas de selva tropical amazónica.

Y la lucha continúa también en Norteamérica. Por ejemplo, los anishinaabeg de la comunidad de Grassy Narrows en Ontario, Canadá, mantienen desde 1999 un bloqueo no-violento de dos carreteras clave para la industria maderera para evitar la tala rasa aprobada por el gobierno, en violación de los derechos reconocidos por los tratados firmados con ellos[15]. Los guerreros tradicionales ponen sus cuerpos frente a los camiones madereros, con el apoyo de otras Naciones Originarias de Canadá y de voluntarios de los Equipos Cristianos de Acción por la Paz[16].

“Mi amor es como tus cedros sagrados”, escribió el gran poeta Jalil Yibrán en Lágrimas y sonrisas[17], “y los elementos no podrán con él”. La lucha histórica entre los explotadores y los defensores de los bosques continúa, y de ella, en un sentido muy real, ecológico, depende el destino de nuestro mundo. La Biblia toma partido en esta pugna del lado de los árboles, una tradición que se ha suprimido y que la Iglesia debe recuperar. Así pues, escuchemos la historia que los cedros nos tienen que contar; si tenemos oídos para ellos, trataremos de encarnar la ética de resistencia y esperanza de Isaías:

Los humildes y los pobres buscan agua […] Abriré sobre los calveros arroyos y en medio de las barrancas manantiales. Convertiré el desierto en lagunas y la tierra en hontanar de aguas. Pondré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivares […] de modo que todos vean y sepan […] que la mano de Yahveh ha hecho eso […] (Is 41, 17-20)[18]

“Peregrinación a los cedros del Líbano” de Tivadar Csontváry Kosztka, 1907.

Notas

[1] A su vez, dicho artículo original era una versión resumida de una conferencia pronunciada el 11 de abril de 2005 en el Albright College de Reading, Pennsylvania. Algunas URL, notas y fotos han sido actualizadas respecto a la versión original. El primer libro publicado por Ched Myers fue Binding the Strong Man: A Political Reading of Mark’ s Story of Jesus (Orbis, 1988). Más recientemente ha coordinado Watershed Discipleship: Reinhabiting Bioregional Faith and Practice (Cascade Books, 2016).

[2] En castellano en el original (N. del T.).

[3] “The Role of Wood in World History”, 2000; consultado en https://www.eh-resources.org/the-role-of-wood-in-world-history/

[4] Sobre el Padre Satur vid. Joseph Franke, “Faith and Martyrdom in the Forest”, The Witness, 88:8 (14 de marzo de 2005) (URL: https://web.archive.org/web/20071011081109/http://www.thewitness.org/article.php?id=785). Sobre Mendes y su movimiento, el documental de 1994 realizado por John Frankenheimer (The Burning Season: The Chico Mendes Story) y el libro de Andrew Revkin (BURNING SEASON: The Murder of Chico Mendes and the Fight for the Amazon Rain Forest, Island Press, 2004).

[5] Jewish Publication Society, la editorial más antigua de obras judaicas en lengua inglesa, fundada en 1888 en Philadelphia (N. del T.).

[6] En el original el autor usa la palabra oak (roble o encina) que se corresponde con el hebreo alon. En las traducciones al castellano se utiliza, al menos en los pasajes citados, terebinto, que corresponde con el hebreo elah. El contexto geográfico induce a pensar que, en este caso, se esté hablando en realidad del pistachero de Palestina (Pistacia palaestina), un árbol similar al terebinto o cornicabra (Pistacia terebinthus). Las referencias bíblicas a los robles pudieran ser al roble de Palestina (Quercus calliprinos); dado que este no es un gran árbol, sino más bien un arbusto, hemos optado aquí por la traducción habitual en castellano, terebinto, que es un árbol que puede llegar a los 10 m, aunque la altura usual que suele alcanzar es de 5 m. Según el Real Jardín Botánico de Jordania, el pistachero de Palestina (al cual también se llama a veces terebinto) alcanza una altura de entre 3 a 5 m (http://royalbotanicgarden.org/plants/pistacia-palaestina-palestine-pistachio) (N. del T.).

[7] El original en inglés hace refiere al planeta, al mundo (earth), aunque la palabra hebrea también identifica al suelo, al territorio o al país (N. del T.).

[8] “The Cedars of Lebanon: An Engineer Looks at the Data”, 1998; consultado online en http://web.ukonline.co.uk/d.haslam/mccheyne/cedars.htm

[9] La frase de Alphonse de Lamartine se encuentra en su libro, publicado en 1835, Souvenirs, impressions, pensées et paysages pendant un voyage en Orient – 1832-1833, conocido también con el título breve Voyage en Orient. Existen diversas traducciones al español de dicho libro (N. del T.).

[10] Aunque el autor utiliza hardwood (madera dura, correspondiente a las especie de árboles angiospermas no monocotiledóneas), la madera de cedro (género Cedrus) es blanda y en inglés se clasifica, como el resto de coníferas, como softwood. En general, en inglés se usa softwood para referirse a la madera de coníferas, con independencia de su dureza, mientras que hardwood es el término utilizado para las especies frondosas o caducifolias. Por tanto hemos optado por traducir hard como resistente o firme (N. del T.).

[11] Trascrito en castellano, en otras ocasiones, como Gilgameš o Gilgamés. El texto también se conoce en español como El cantar o El poema de Gilgamesh (N. del T.).

[12] “Cedars of Lebanon and Deforestation”, 1995; en la Trade and Environment Database que se puede consultar en https://web.archive.org/web/20050324093706/http://www.american.edu/projects/mandala/TED/cedar.htm. Véase también Benjamin Kasoff, “The Cedar Tree, ‘Glory of Lebanon’: A Case Study in the Use and Misuse of a Resource” en http://www.syriawide.com/kasoff.html así como “The Vanished Cedar Forests of Lebanon” en https://biblereadingarcheology.com/2016/06/28/the-vanished-cedar-forests-of-lebanon/

[13] Ezequías fue rey de Judá, uno de los dos reinos hebreos de la época. Senaquerib reinó en Asiria entre el 705 y el 681 a. C. También reinó en Babilonia en dos periodos: 705-703 y 689-681 (N. del T.).

[14] Vid. Rania Masri, “The Cedars of Lebanon: Significance, Awareness and Management of the Cedrus Libani in Lebanon”, noviembre de 1995, International Relief Fund, consultado online en: http://almashriq.hiof.no/lebanon/300/360/363/363.7/transcript.html

[15] Puede leerse acerca de estos hechos en http://www.cpt.org/canada/can_asub.php .

[16] En inglés, Christian Peacemakers Team (CPT). Su sitio web oficial está disponible en español: https://cpt.org/es (N. del T.)

[17] Obra de 1914, cuyo título original árabe Dam’a wa Ibtisama fue traducido al inglés como A Tear and a Smile. El poema citado por el autor se titula “Unión”, y se encuentra también en la recopilación póstuma Pensamientos y meditaciones (N. del T.).

[18] Este oráculo pretende representar un recuerdo antiguo de la tierra de Palestina llena de bosques, lo cual implica que se comprendía que la tierra había sido víctima de la desertificación promovida por la civilización. La paleoarqueología ha proporcionado evidencia de que la deforestación en Oriente Medio contribuyó a crear unas condiciones progresivamente más áridas al final de la Edad de Bronce (vid. por ejemplo Olsvig-Whittaker, L., et al., “Ecology of the Past – Late Bronze and Iron Age Landscapes, People and Climate Change in Philistia, the Southern Coastal Plain and Shephelah, Israel” en Journal of Mediterranean Ecology, 2015, 13: 57–75). De hecho, los profestas veían la actividad escatológica de Dios como restaurativa de la Creación, y no destructiva, al contrario de la apropiación equivocada que buena parte de la teología moderna ha realizado de la apocalíptica bíblica; acerca de esta cuestión, vid. Myers, “Reinhabiting the River of Life (Rev 22:1–2): Rehydration, Redemption, and Watershed Discipleship”, disponible online en http://missiodeijournal.com/article.php?issue=md-5-2&author=md-5-2-myers y traducido al español en https://lacreaciongime.net/2017/06/rehabitando-el-rio-de-la-vida-ap-22-1-2-rehidratacion-redencion-y-el-discipulado-de-la-cuenca/

Icono

¡Ha caído el cedro! (por Ched Myers) 1,003.55 KB 38 downloads

Versión HTML también disponible en https://lacreaciongime.net/2017/08/ha-caido-el-cedro-la-palabra-profetica-vs-la-tala-rasa-imperial/ ...