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El libro en español de Ched Myers: «Discipulado de la Cuenca»

El libro en español de Ched Myers: «Discipulado de la Cuenca»

Conozca el libro en español de Ched Myers: Discipulado de la Cuenca: Una introducción a la fe y la práctica biorregionales.

«¡Ha caído el cedro!» La palabra profética vs. la tala rasa imperial

«¡Ha caído el cedro!» La palabra profética vs. la tala rasa imperial

Traducción: Manuel Casal Lodeiro. Revisión: Instituto Resiliencia. (Publicado en Earth and Word: Classic Sermons on Saving the Planet, ed. por David Rhoads, Continuum, 2007, pp 211-223.)[1] “Desde que yaces tendido, nadie sube a talarnos.» (Is. 14, 8) A MEDIADOS DE FEBRERO DE 2005, una monja 

Rehabitando el Río de la Vida (Ap 22, 1–2): Rehidratación, redención y el discipulado de la cuenca

Rehabitando el Río de la Vida (Ap 22, 1–2): Rehidratación, redención y el discipulado de la cuenca

Traducción: Manuel Casal Lodeiro. Revisión: Steven Johnson & Instituto Resiliencia.1

(Original en inglés publicado en Missio Dei.)

El agua se halla en el centro tanto de nuestro símbolo cristiano del bautismo como de las actuales crisis ecológicas que padecemos y, por tanto, merece un tratamiento teológico más profundo. Este artículo explora en la literatura profética visiones de “la redención entendida como rehidratación”, para posteriormente localizar temas resonantes en el “río de agua de vida” presente en el Apocalipsis (Ap 22, 1). A continuación indaga en el modo en que el agua nos proporciona un “mapa metafórico de Dios” y en la razón por la cual los sistemas hidrológicos deberían ser una característica clave para la manera en que los humanos habitamos la Creación. El artículo concluye con un llamamiento a un discipulado basado en el doble sentido de la palabra inglesa watershed2 como una fiel respuesta a la misión cristiana en el contexto de las catástrofes medioambientales que se ciernen sobre nosotros.

“¡El agua es la vida!”3
—Proverbio de Nuevo México.

“La salud de nuestras aguas es el principal indicador de nuestro modo de vivir en la tierra.”
—Luna Leopold

El antiguo ritual cristiano del bautismo articula un hecho ecológico: sin agua no puede haber vida. Hablamos apropiadamente de las aguas bautismales como la fuente simbólica de renovación en Cristo, una metáfora que se predica —en parte— a partir de la arraigada tradición bíblica referida a las “aguas vivas” que exploraré más adelante. Hoy día, sin embargo, los cristianos ya no podemos invocar de un modo responsable esta venerable tradición sin, al mismo tiempo, reconocer las realidades ecológicas de nuestro contexto, entre las que se incluye la sistemática deshidratación de la Tierra que está llevando a cabo la civilización industrial.

Una serie de crisis medioambientales cada vez más profundas e interrelacionadas nos acechan en la historia: la destrucción del clima, la extinción de especies, el declive de la fertilidad natural, etc. Entre ellas, una de las más apremiantes es el “cénit del agua”. Peter Gleick, del Pacific Institute, lo describe como el punto crítico —ya alcanzado en numerosas áreas del mundo— en el cual hemos sobrecargado la capacidad del planeta de absorber las consecuencias de nuestro uso del agua[1]. Sus síntomas a nivel planetario incluyen una desertificación generalizada, la inseguridad en la disponibilidad de agua, su calidad cada vez más degradada y la deriva hacia guerras internacionales por el agua[2]. El tétrico espectro del cénit del agua representa el reverso oscuro del bautismo; solo presagia muerte. Es un “signo de los tiempos” fundamental, que revela nuevamente el imperativo del Antiguo Testamento de “dar la vuelta” como un ultimátum histórico.

Las tendencias hacia un final de partida ecológico nos impelen a los cristianos a releer nuestra tradición desde la perspectiva de la creación gimiente, como hizo Pablo en Romanos 8, 21-22, incluso —y especialmente— nuestra teología y nuestras prácticas misioneras. El agua es el punto estratégico desde el cual comenzar. Es el recurso que, probablemente, más damos por asegurado en el Primer Mundo, una presunción cruel propia de privilegiados que debemos cambiar. El presente artículo defenderá la necesidad de recentrar la Fe y la Misión, alrededor del discipulado de la cuenca como un asunto de justicia social, sostenibilidad ecológica y fidelidad teológica. Este imperativo surge tanto de las antiguas visiones bíblicas como de las actuales realidades de la escasez de agua.

Visiones proféticas de la redención como rehidratación

La historia de la Biblia comienza (Gén 1, 2) y finaliza (Ap 22) en un “mundo de agua”. Esto representa una expresión primigenia en las escrituras de una verdad ecológica básica: el agua es el componente más importante en el nacimiento y la continuidad de la vida; podríamos decir, el Alfa y el Omega de la Creación. Así pues, el agua merece que le prestemos más atención desde el punto de vista social, ecológico y teológico de la que ha recibido en nuestras iglesias hasta ahora[3].

La primera mitad de este artículo se detendrá en la extraordinaria visión escatológica de Juan el Apokaleta de una restauración medioambiental por medio de una rehidratación divina de la Tierra. Juan se nutría, claramente, de una rama recurrente en la literatura profética hebrea; así pues, permitidme que comience dando mi reconocimiento al rico imaginario de un antiguo pueblo del desierto[4].

Continúa siendo un secreto bien guardado en el seno de nuestras iglesias que la tradición del juicio profético en la Biblia Hebrea articula la salvación divina, la mayoría de las veces, en términos de la renovación —no la destrucción— de la Tierra. En Isaías, por ejemplo, a las civilizaciones imperiales que rodean (y oprimen) a Israel, se les promete su demolición por el juicio divino; la tierra, sin embargo, es rehabitada por medio de su “retorno a un estado salvaje”, a medida que animales no domesticados vuelven a habitar las ciudades decrépitas (13, 19-22) y los pájaros salvajes crían en las fortalezas abandonadas (34, 8-15)[5].

Una expresión de la redención entendida como la restauración de la Creación la encontramos en las visiones proféticas de una reforestación escatológica. Los profetas de Israel puede que hubiesen comprendido que el clima árido de su tierra natal de Palestina no era natural sino el resultado de procesos históricos de desertificación debida a la explotación económica incesante de la tierra por parte de los imperios. Por supuesto, la arqueología ecológica ha determinado que el mundo mediterráneo antiguo fue en buena medida deforestado en la época de los profetas del siglo VIII a. C.[6]. Esto puede explicar su ira ante la tala masiva de los bosques de las tierras altas (Za 11, 1ss; Is 14, 3-8, 37, 22-24; Salomón también fue culpable: 1Re 5, 6ss). Anhelaban el juicio de Yahveh que salvase los bosques amenazados: “Hasta los cipreses, los cedros del Líbano, se regocijan de tu suerte”, es la invectiva de Isaías contra el rey de Babilonia, citando el pensamiento de los propios árboles: “«¡Desde que yaces tendido, nadie sube a talarnos!» (Is 14, 8)[7].

El ejemplo más conocido de este tema lo encontramos en Isaías 35, que comienza con la promesa de que las tierras resecas albergarán de nuevo “la gloria del Líbano” (Is 35, 1ss; es decir, los grandes bosques de cedros del norte). El poema continúa con la promesa de no sólo poner fin a las discapacidades humanas (35, 3-6a) sino también de una cura para la propia Creación:

Porque brotarán aguas en el desierto
y torrentes en la estepa;
el páramo se convertirá en un estanque
y la tierra sedienta en manantiales;
la morada donde se recostaban los chacales
será un paraje de caña y papiros. (35, 6b-7)

El hábitat restaurado trae consigo el regreso de los animales salvajes (vid. también Is 43, 20). Y toda esta renovación resulta posible porque el agua fluye de nuevo por todas partes.

Posteriormente Isaías reitera la idea de que tanto la gente (en especial aquellos marginados por el imperio) como los bosques serán restaurados:

Los pobres y los indigentes buscan agua en vano,
su lengua está reseca por la sed.
Pero yo, el Señor, les responderé, yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.
Haré brotar ríos en las cumbres desiertas
y manantiales en medio de los valles;
convertiré el desierto en estanques,
la tierra árida en vertientes de agua.
Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivos silvestres;
plantaré en la estepa cipreses, junto con olmos y pinos (Is 41, 17–19.)

Al igual que el ejército del Faraón fue ahogado en la vieja historia del Éxodo (Ex 14), aquí los afanes del imperio también desaparecen bajo el agua.

La promesa de la rehidratación aparece recurrentemente en los oráculos proto-apocalípticos de varios de los últimos profetas israelitas. Joel profetiza que “por todos los torrentes de Judá correrán las aguas, y brotará un manantial de la Casa del Señor, que regará el valle de las Acacias” (Jl 4, 18). Zacarías anuncia: “Aquel día, saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad hacia el mar oriental y la otra mitad hacia el mar occidental, tanto en verano como en invierno” (Za 14, 8). Pero el desarrollo más elaborado de este motivo se encuentra en Ez 47, 1-12, la culminación de su extensa descripción del Israel escatológico, su tierra y su ciudad-templo (Ez 40-48).

La primera parte del oráculo narra a modo de estribillo cómo el agua fluye desde el templo hacia los cuatro puntos cardinales (47, 1-2). En el siguiente estribillo la marea creciente se va midiendo, desde los tobillos, a la rodilla y luego a la altura de la cintura, hasta convertirse en “un torrente intransitable” (47, 3-5). Esto quiere representar la rehabilitación de la fuente del Guijón que (de manera intermitente) suministraba agua a Jerusalén[8]. Ezequiel imagina, entonces, una Palestina “reverdecida” en toda su extensión hasta el Mar Muerto (47, 6-12). Pero, al contrario que el diluvio de Génesis 7, el torrente de Ezequiel da la vida, según nos indica la explosión de fecundidad que acontece dentro y alrededor de él: “habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente” (v. 9)[9]. La visión culmina con un bosque de ribera perenne, que da fruto todo el año y que proporciona alimento y medicina (v. 12). De esta referencia indirecta a la historia del Jardín del Edén se apropiará más adelante Juan el Apokaleta, cerrando el círculo (como con la imagen del mundo acuático) de la historia bíblica.

Por supuesto, durante el periodo bíblico, Israel era un lugar seco, que contaba tan solo con un par de ríos principales, unas pocas corrientes permanentes de agua y manantiales intermitentes. Así pues, estas visiones extraordinarias de la redención como una rehidratación nos aportan testimonio acerca del hecho de que en Palestina el agua se sitúa en el corazón mismo de la sostenibilidad ambiental, de la justicia social y de la preocupación divina[10].

El río del agua de vida

El “río del agua de vida” de Juan de Patmos (Ap 22, 1ss) toma como modelo, en parte, a Ez 47. Un atento examen de esta imagen revela una rica textura teológica y ecológica. Ante todo, este Río escatológico aparece en acusado contraste con las realidades de los lectores del final del siglo primero de nuestra era. Aquellos que vivían en el clima del Mediterráneo árido estaban familiarizados sobre todo con el agua estancada y turbia de los pequeños estanques, de los pozos estacionales, de los aljibes, baños rituales o vasijas de barro. La calidad del agua usada en las casas era con frecuencia pobre (de ahí el aviso de 1 Tim 5, 23). El Río de Juan, sin embargo, es “brillante como el cristal” (lampron hōs krustallon; Ap 22, 1; cf. 4, 6). Esto no es una afirmación sobrenatural sino una observación poética: el agua, por descontado, aparece cristalina cuando fluye libre (pensemos en el flujo plateado y danzarín de un torrente de montaña). La expresión “río del agua de vida” (potamon hudatos zoēs) indica precisamente eso: el agua de un torrente o arroyo, corriente, burbujeante y viva[11]. Experimentar tal “agua viva”, como dice el Evangelio de San Juan (hudōr zōn; Juan 4, 10; 7, 38), claramente era algo raro para estas gentes del desierto. Esto señala una restauración dramática de la vida para la tierra y aquellos que la habitan, justo como la visión que habían tenido los profetas hebreos.

Además, el Río de Juan, fluye “en medio de la plaza de la ciudad” (Ap 22, 2; BLP). El término griego plateia se refiere a la plaza, o principal vía pública, de un metrópolis helénica. Conmueve comprobar que, un poco antes en el propio Apocalipsis esta plateia era el espacio de la violencia política, donde los cuerpos de dos profetas asesinados por la bestia imperial yacían a la vista pública durante tres días y medio como un espectáculo de terror de Estado (Ap 11, 8-9). Pero ahora esta plaza se ha hecho “de oro puro, trasparente como el cristal” (Ap 21, 21)[12]. La plaza de la Nueva Jerusalén se ha disuelto en un Río de Vida que lava la sangre del imperio[13].

Pero aun hay otro modo más en el cual este Río simboliza la liberación del imperio. En otro pasaje del Apocalipsis el agua de vida toma la forma de un manantial (pēgē). Los mártires que viven “ante del trono de Dios (…) nunca más padecerán hambre ni sed, ni serán golpeados por el sol o el calor. Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva” (zoēs pēgas hudatōn; Ap 7, 15–17; traducción del autor). Se trata de una recontextualización ya apuntada de Is 49, 10, un oráculo de emancipación. Es más, este manantial es un don (Ap 21, 6; tēs pēgēs tou hudatos tēs zoēs dōrean); “Dejad que el sediento se acerque y (…) reciba el don del agua viva” (22, 17; hudōr zoēs dōrean; traducción del autor). He aquí más midrash sobre la subversiva visión del segundo Isaías: “¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también!” (Is 55, 1), lo cual suponía un rechazo de los mercados imperiales de bienes de primera necesidad dependientes del dinero y una reafirmación de la economía del don de la Naturaleza[14].

No obstante, estas aguas vivas no brotan del suelo, sino “del trono de Dios y del Cordero” (Ap 22, 1). Esta noción primigenia de YHWH como una fuente cósmica también la encontramos en diversos pasajes de la Biblia Hebrea. “En ti está la fuente de la vida”, canta el salmista (Sal 36, 9; TM, mĕqôr ḥayîym; LXX, pēgē zoēs)4. Y Jeremías se lamenta:

Por que mi pueblo ha cometido dos maldades:
me abandonó a mí,
la fuente de agua viva, (TM, mĕqôr mayim ḥayîym; LXX, pēgēn hudatos zoēs)
para cavarse cisternas,
cisternas agrietadas, que no retienen el agua. (Jer 2, 13)[15]

Finalmente, al igual que en Ezequiel 47, el Río de Juan, fluyendo abundante y libremente, proporciona el hábitat para el Árbol de la Vida, el cual proporciona frutas espectaculares cada mes (Ap 22, 2). Sus doce cosechas corresponden al número simbólico central del Apocalipsis (en el cual dōdeka aparece veinte veces). Esta cifra también representa a la restaurada nación de Israel, atendiendo de nuevo sus raíces en la confederación tribal (un tema que también se aborda explícitamente en Ez 47, 13-48, 35). Pero para Juan de Patmos, esta visión tiene un amplio significado político. Como en Ezequiel, las hojas del Árbol sirven para curar, pero aquí específicamente para curar a las naciones, incluyendo presumiblemente a los “reyes de la tierra” a quienes se ha dado la bienvenida en la Ciudad (Ap 21, 24). Incluso el imperio es sanado al final, aunque solamente tras haber sido eclipsado por la ecología de la Vida.

El Apokaleta ha trasplantado cósmicamente tanto el Árbol como el Río desde el primigenio Jardín (Gén 2, 9ss) al corazón de la Ciudad escatológica. Pero el Río la ha transformado: ya no es reconocible como un espacio urbano, al menos tal como lo define nuestra civilización, que construye ciudades sobre y contra la Naturaleza. La Nueva Jerusalén ha sido concienzudamente permaculturizada: un exuberante bosque de alimentos que ha tomado el lugar de la dura jungla urbana. Y todo gracias a que el mundo ha sido restaurado por medio de las aguas de vida.

Estas visiones proféticas representan profundas expresiones de justicia restaurativa tanto social como medioambiental procedentes de un pueblo para el cual la deshidratación o la falta de agua era una realidad cotidiana. Y nos hablan con igual agudeza a nuestro tiempo, en el que las tierras están de nuevo secas y comprometidas por la hybris imperial. Rehenes como somos del espectro del “cénit del agua” y de las guerras por los recursos, haríamos bien en volver a considerar esta antigua sabiduría.

El Mapa de Dios: teología y geografía

En una sociedad caracterizada por (y dependiente de) la frenética conversión en mercancía y la privatización del don primario de la vida, ¿cómo podríamos abrazar la esperanza bíblica, radical y motivadora, de que toda sed será saciada? La tarea que tenemos ante nosotros es tanto teológica como práctica.

Si todo lo que hablamos acerca de Dios son necesariamente metáforas, seguramente el agua es un tropo teológico primario, como nos sugiere la recurrente imaginería bíblica que identifica el agua, de manera estrecha, con lo divino. Existen cuatro características esenciales del agua que, con certeza, también son propias del Creador.

La primera y principal, como ya se ha dicho, es que no puede haber vida sin agua. Es el bloque constructivo primario de la Creación, que cubre el 71% de la superficie de la Tierra y que constituye de media el 60% del cuerpo humano. Es restauradora y nunca puede ser destruida (aunque, si se degrada, puede perder su carácter sanador).

La segunda es que el agua es el único elemento natural que puede existir en los tres estados comunes: líquido, sólido y gaseoso. Por otra parte, en el ciclo hidrológico, puede circular desde los cielos (condensación, precipitación) a la tierra y bajo ella (inflitración), al mar y a otras grandes masas de agua (escorrentía, descarga de agua retenida en el suelo), y finalmente de vuelta a los cielos (evaporación). Estas numerosas formas representan un gran círculo de vida, que bien podríamos también decir que caracteriza la circulación del Espíritu[16].

La tercera, que el agua manifiesta un abanico de atributos, frecuentemente asignados a lo divino. Puede ser paciente y adaptable, fluyendo alrededor de los obstáculos, aunque también posee el poder de desgastar las mayores estructuras físicas (o de reventarlas por medio del hielo en expansión). El agua hace que las cosas duras se suavicen con el tiempo; es también un asombroso disolvente y, de este modo, con razón se utiliza para purificar. Puede ser tranquila y gentil, pero también frenética y feroz. El agua superficial tiene la capacidad de transportar, pero también de ahogar: la inmersión puede llevar o bien a la vida o a la muerte (la Biblia está repleta de ejemplos de ambos efectos).

Y, para finalizar, el agua es un símbolo de justicia. Es más sustancial y está más viva en su estado fluido, pero puede tornarse mórbida si se estanca. Quiere fluir aguas abajo, buscando el nivel, una conmovedora metáfora de la preocupación divina por quienes están más abajo5. Así, Amós, lanza su famoso apelo a que la justicia corra aguas abajo “como un arroyo perenne” (Am 5, 24, traducción del autor)[17]6

Así, el agua nos proporciona una especie de “mapa de Dios” metafórico. Y, al revés, también figura de manera fundamental en el mapa de la Creación de Dios. Para ilustrar esto, comparemos las dos fotografías que siguen:

Domo de San Rafael
Fuente: Google Earth.

Sobre estas líneas vemos una fotografía aérea del Domo de San Rafael en la Meseta del Colorado, en Utah[18]. Muestra con claridad que incluso en los climas más áridos del continente, el aspecto más distintivo y definitorio es el curso por el que fluye el agua. Una lectura teológica de esta característica universal de la geografía, concluiría que los patrones hidrológicos son los aspectos principales de diseño de una Creación que no ha sido rediseñada por la sociedad humana.

El contraste lo da la imagen que mostramos a continuación: una vista aérea de los alrededores de Las Vegas, Nevada, cuyos patrones son típicos de una expansión urbana moderna[19]. Lo que resulta evidente en semejante ambiente (sobre)construido no es por dónde fluye el agua —que resulta casi imposible de discernir— sino más bien por dónde fluye el tráfico de automóviles. Prácticamente todo es artificio.

Vista áerea de Las VEgas
Fuente: Google Earth.

Las profundas diferencias entre estos dos patrones de diseño captan la esencia de lo que hay de ecológicamente insostenible en la civilización industrial. Si el haber desafiado a la Naturaleza (desafío representado por la segunda imagen) es el que nos ha traído hasta el borde del colapso, entonces se necesita una respuesta radical: esto es, una que vaya a las raíces del modo en que la Tierra fue/está hecha (representado por la primera imagen). Hemos perdido nuestro camino como criaturas de la biosfera de Dios, y sólo el mapa que está entretejido en la propia Creación nos puede guiar a casa. Y ese mapa está definido por el agua.

John Wesley Powell, la primera persona no nativa que logró bajar el Río Colorado en balsa en la década de 1860, proporcionó la primera definición moderna de lo que es una cuenca hidrográfica:

Es esa porción de tierra, un sistema hidrológico conectado, dentro del cual todos las cosas vivas están inextricablemente conectadas con su curso común de agua y donde, a medida que los humanos se fueron asentando, la simple lógica reclamaba que se convirtiesen en parte de la comunidad[20].

El hecho es que, donde quiera que vivamos —ciudad, suburbio o zona rural— nuestras vidas están profundamente entrelazadas con este “sistema hidrológico conectado”. Las precipitaciones caen sobre los riscos y, o bien fluyen hacia nuestra vertiente, o bien hacia la vertiente vecina, drenadas por un curso de agua y sus aguas tributarias (incluso aunque estén enterradas bajo el cemento).

El área por la que pasa el agua en su viaje desde su origen en el ciclo hidrológico natural hasta su punto final en una masa concreta de agua tal como un estanque, lago u océano, es a lo que denominamos cuenca hidrográfica. Cada una está constituida por una mezcla única de hábitats que se influyen mutuamente: bosques, humedales, campos y prados, ríos y lagos, granjas y pueblos. Entre las 2.100 cuencas en la zona continental de los Estados Unidos las hay de muy diversos tipos. La Cuenca del Mississippi es la tercera más grande del mundo, drenando el 41% de los 48 estados más al sur, hacia el Golfo de México. La cuenca del Río Ventura, donde yo vivo, no llega a los seiscientos Km2.

Toda vida está situada en las cuencas, sin excepción, y nuestra ignorancia de este hecho supone un desastre. El permacultor Brock Dolman, fundador del Occidental Art and Ecology Center en el Norte de California, sostiene que “las cuencas hidrográficas están en la base de todos los empeños humanos, y forman los pilares de todas nuestras futuras aspiraciones y supervivencia”. Formando una copa con sus manos, evoca la metáfora de una cuna, que él denomina el “cuenco7 de las relaciones”, en el cual cada organismo vivo está interconectado y es dependiente de la salud del conjunto. Este tipo de “comunidad intencional, social y local con otras formas de vida y procesos inanimados, como el ciclo del fuego y el hidrológico”, afirma, representa “la escala geográfica de la sostenibilidad aplicada, que debe ser regenerativa, ya que necesitamos desesperadamente compensar el tiempo perdido”[21].

Dibujar los mapas de las cuencas hidrográficas es una herramienta práctica para avanzar en nuestra alfabetización acerca de los paisajes que realmente nos sustentan[22]. Puede ayudarnos a reimaginar un mundo más allá de los mapas que son re-producciones sociales que encierran problemáticos legados históricos de colonización y explotación, al tiempo que sitúan a la Naturaleza como algo secundario (o simplemente invisible). La definición de biorregionalismo de Kirkpatrick Sale nos servirá en este tema:

Bio procede de la palabra griega que denomina a las formas de vida (…) y región viene del latín regere, territorio que se gobierna8 (…) Juntas conforman un territorio de la vida, un lugar definido por sus formas de vida, su topografía y su biota, antes que por los dictados humanos; una región gobernada por la Naturaleza, no por el gobierno. Y, si el concepto nos resulta chocante en un primer momento, puede que simplemente sea indicio de cuánto nos hemos apartado de la sabiduría que esto encierra[23].

A continuación mostramos un mapa hidrográfico reciente de los EE. UU. creado por John Lavey[24]. Las fronteras políticas suelen ser rectas (no hay estado continental en los EE. UU. que no tenga una)9, mientras que las líneas que dividen cuencas nunca lo son. Las líneas rectas son el primer orden de abstracción, que nos aliena de las realidades topográficas y hidrológicas que sostienen la vida. ¿Cómo podría cambiar nuestra cultura política si nuestra unidad de gobernanza más básica fuese “la Naturaleza, y no el gobierno”10?

United Watersheds of America
Fuente: John Lavey.

Hacia el discipulado de la cuenca

En el movimiento ecologista se han extendido ampliamente el pensamiento y la práctica biorregionales, que han venido madurando a fondo a lo largo del último cuarto de siglo[25]. Pese a ello, esta escuela de pensamiento ha sido prácticamente ignorada por completo en el campo de la Teología y de la Ética cristianas hasta tiempos muy recientes[26]. Sin embargo, estoy convencido de que un paradigma basado en la cuenca hidrográfica no sólo ofrece la clave de nuestra supervivencia como especie; también puede inspirar la próxima gran renovación de la Iglesia, a la luz de —y no a pesar de— el fin de partida ecológico que nos acecha.

¿Qué significaría para los cristianos el centrar nuestra identidad en la topografía de la Creación en lugar de en la geografía política concebida e impuesta por la ideología cultural dominante, basando nuestras prácticas de discipulado en las cuencas en las que residimos, dentro de las cuales todo debe ser tratado en términos de resiliencia medioambiental y justicia social?

En nuestra labor educativa y organizativa en Bartimaeus Cooperative Ministries estamos proponiendo el discipulado de la cuenca / del momento decisivo como idea marco, lo cual aparentemente está alcanzando una amplia repercusión. El término [en inglés] tiene un triple sentido con el que jugamos a propósito11:

  1. Reconoce que nos encontramos en un momento histórico crucial de crisis12, que exige que la justicia social y medioambiental, así como la sostenibilidad, sean parte integral de todo lo que hacemos como cristianos y como ciudadanos habitantes de lugares concretos.
  2. Reconoce el ineludible enfoque biorregional que debe tener un seguimiento encarnado de Jesús: nuestro discipulado y la vida de la iglesia local tienen lugar, por fuerza, en el contexto de una cuenca hidrográfica13.
  3. Nos invita a ser discípulos de nuestras cuencas hidrográficas. En el Nuevo Testamento, el discipulado es un viaje en el cual aprender del “rabí” mientras se le sigue y se llega a confiar en él. En este caso el “rabí” es el “Libro de la Creación”. Aquí el reto, parafraseando las afirmaciones realizadas en 1968 por el ambientalista senegalés Baba Dioum, consiste en que:
    • No vamos a salvar lugares que no amamos.
    • No podemos amar lugares que no conocemos.
    • No conocemos aquellos lugares que no hemos llegado a aprender.

Desde el comienzo de la historia humana, no ha habido nada más crucial para la supervivencia y el florecimiento de las sociedades tradicionales que la posesión de los conocimientos básicos acerca de la propia cuenca hidrográfica y la relación simbiótica con ella. Aún es el caso hoy, aunque nos queda un largo camino que recorrer para reconstruir la estrecha relación que se requiere para llegar a conocer y salvar los lugares donde vivimos.

Obviamente esta interpretación de la misión cristiana contextual fundamentalmente en términos de sanación de nuestro mundo por medio del restablecimiento de la salud social y ecológica de nuestras respectivas cuencas, resulta aún una perspectiva marginal en el seno de nuestras iglesias. Aun así, estoy convencido de que las comunidades eclesiásticas que vuelvan a situar sus fundamentos en sus cuencas, pueden realizar una enorme constribución a la lucha histórica más amplia por una reversión de la inminente catástrofe ecológica y, en el proceso, recuperar el alma terrenal de una tradición de la fe que con demasiada frecuencia tiende hacia el docetismo[27]. Los cristianos tenemos buena parte de culpa en la crisis actual, pero también disponemos de antiguos recursos para las profundas transformaciones que se requieren.

El discipulado de la cuenca es una expresión de la misión cristiana porque busca aliarse con la misión sanadora de Dios. El apóstol Pablo sostiene que la Creación “gime y sufre dolores de parto” esperando a que los “hijos de Dios” sean completamente “revelados”, para que podamos compartir la labor divina de la liberación y la curación (Rom 8, 19-24a)[28]. Esto sugiere que nuestra vocación humana primaria no es la de rediseñar la Creación para el beneficio exclusivo de la raza humana (un impulso identificado bíblicamente con la Caída narrada en el Génesis)[29]. En cambio, la misión de la Iglesia es ayudar a los seres humanos a redescubrir su lugar adecuado en la comunidad de la Creación y trabajar por su sanación y su preservación[30].

La clave para la redención ecológica y escatológica del Creador es el poder renovador del agua de vida. Esto aparece ya anticipado en el bautismo cristiano, que a su vez anima nuestra misión para habitar y encarnar esa bendita esperanza en un mundo sediento. El discipulado de la cuenca puede y debería ayudarnos a definir la forma que debe adoptar esa misión en este crítico momento de la historia.


Ched Myers es teólogo activista y lleva trabajando en movimientos por el cambio social desde hace cuarenta años. Es autor, entre otros, del libro Binding the Strong Man: A Political Reading of Mark’s Story of Jesus [“Atar al fuerte: una lectura política del Evangelio de Marcos”] (Orbis, [1988]2008) y más recientemente ha publicado “Our God Is Undocumented: Biblical Faith and Immigrant Justice” [“Nuestro Dios sin papeles: fe bíblica y justicia con las personas migrantes”] (con Matthew Colwell; Orbis, 2012). Es el cofundador de la Watershed Discipleship Alliance (http://watersheddiscipleship.org) y trabaja con los Bartimaeus Cooperative Ministries en el sur de California (http://bcm-net.org). Se pueden consultar sus publicaciones en http://chedmyers.org


Bibliografía

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Woodley, Randy (2012). Shalom and the Community of Creation: An Indigenous Vision. Prophetic Christianity. Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans.


Notas del autor

[1] Vid. Peter H. Gleick (ed.) (2014), The World’s Water: The Biennial Report on Freshwater Resources, vol. 8 (Washington, DC: Island Press); Alexander Bell (2012), Peak Water: Civilisation and the World’s Water Crisis, 2ª ed. (Edinburgo: Luath); www.pacinst.org; www.peakwater.org; y www.waterjustice.org.

[2] Vid. Brahma Chellaney (2013), Water, Peace, and War: Confronting the Global Water Crisis (Lanham, Maryland, EE UU: Rowman & Littlefield); Maude Barlow (2008), Blue Covenant: The Global Water Crisis and the Coming Battle for the Right to Water (Nueva York: New Press). Si las tendencias actuales continúan, se estima que mil ochocientos millones de personas vivirán con escasez absoluta de agua en 2025, y dos tercios de la población mundial podrían estar sometidos a estrés hídrico.

[3] Un reciente compromiso con esta tarea lo encontramos en Christiana Peppard (2014), Just Water: Theology, Ethics and the Global Water Crisis (Maryknoll, Nueva York: Orbis).

[4] Como adjetivo, imaginario se define típicamente como “no real” o “que existe sólo en la mente o en la imaginación”; como nombre es, tradicionalmente, un término matemático y —ocasionalmente— también artístico. Sin embargo, dada su raíz etimológica en la palabra latina imago, uso aquí el sustantivo para sugerir las vías poéticas en que los escritores bíblicos visualizan una Creación redimida como reflejo de la imago Dei; lejos de pretenderse ficticias, estas visiones pretenden retratar la realidad transfigurada.

[5] La alegre tendencia del moderno apocalipticismo cristiano en los EE. UU. a anticipar el fallecimiento de la Tierra mientras la iglesia hace de copiloto del imperio de nuestros días interpreta la tradición, así, justo al revés… con graves consecuencias políticas.

[6] Vid. por ejemplo K. J. W. Oosthoek, “The Role of Wood in World History,” Environmental History Resources, http://eh-resources.org/wood.html . En la antigüedad, la deforestación provocada por los sucesivos reinos mesopotámicos tuvo un papel prominente en el declive de la civilización sumeria, según explica Jared Diamond en Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen (Barcelona: Debate, 2006). La deforestación expuso las rocas sedimentarias de las montañas del norte, ricas en sales, a la erosión; los ríos Éufrates, Tigris y Karún, así como sus tributarios, se comenzaron a llenar de sal y sedimentos, llegando a taponar completamente los canales de irrigación. Tras 1.500 años de una exitosa agricultura, surgió de pronto un grave problema de salinidad; esto tuvo como resultado un descenso en la producción de alimentos, señalando el comienzo del fin para la civilización sumeria.

[7] Las citas de las escrituras proceden [en el original] de la NRSV (New Revised Standard Version) excepto donde se indique lo contrario [N. del T.: en la traducción al castellano hemos eliminado dichas indicaciones a las versiones en lengua inglesa y hemos utilizado, en su lugar, diversas versiones de la Biblia en nuestro idioma, seleccionando en cada caso aquella que mantenía mejor el sentido que el autor quería destacar]. Para una exploración ecológica, política y teológica de este tema, véase mi texto “The Cedar Has Fallen! The Prophetic Word vs. Imperial Clear-Cutting,” en David Rhoads (ed.) (2007), Earth and Word: Classic Sermons on Saving the Planet (Nueva York: Continuum).

[8] Theodore Hiebert (1996), The Yahwist’s Landscape: Nature and Religion in Early Israel (Oxford, Reino Unido: Oxford University Press), 53–58, indica que Guijón es uno de los cuatro ríos del Jardín del Edén (Gén 2:13), y muestra que la literatura bíblica a menudo parece identificar el Edén con el primitivo Valle del Jordán, previo a la desertificación, cuyo reestablecimiento era largamente anhelado.

[9] Resulta interesante que esta rehidratación del valle incluya una reserva ecológica de pantanos salobres: “Pero sus charcos y sus lagunas no serán saneados, sino que quedarán como salinas” (47, 11).

[10] Esto, por supuesto, sigue siendo cierto hoy día; sobre la política del agua en Israel/Palestina en nuestros días vid., por ejemplo, If Americans Knew: “Water in Palestine” http://ifamericansknew.org/cur_sit/water.html

[11] En Gén 26, 19 el hebreo ḥay, que normalmente tiene la connotación de “vital” (a menudo en términos de aliento, como en la historia de la Creación), se utiliza para describir un manantial descubierto por la gente de Isaac mientras cavaban en un uadi [N. del T.: En árabe, valle, cauce, rambla. Es el origen de los numerosos Guad- presente en los hidrónimos del sur de España], que proporciona agua vital, en contraste con el “agua muerta” (que es como llaman los árabes al agua estancada). De manera similar, Stgo 3, 11-12 contrasta el agua “dulce” de manantial con la que es “amarga” o “salada”. La frase peyorativa “fuentes sin agua” (2 Pe 2, 17) sugiere que tal decepción era frecuente.

[12] Vid. también 15, 2. El carácter “semejante al cristal” (hualinos) ya ha sido identificado por Juan con el agua: el trono de Dios está suspendido sobre “un mar transparente semejante al cristal” (hōs thalassa hualinē homoia krustallō, 4 6; cf. 21, 11 y 18). En el NT, hualos/hualinos, y krustallos/krustallizō solo aparecen en el Apocalipsis, pero pueden tener el antiguo significado de “hielo” (como en Homero y Herodoto).

[13] Por no mencionar las aguas fecales sin tratar que típicamente habrían descendido por los desagües de una plateia de la antigüedad.

[14] Hallamos un eco de esto en la descripción que nos hace Juan de que piedras y metales preciosos se han hecho tan comunes como los guijarros en la Nueva Jerusalén (21, 11 y 18-21); aquí la ecología de la gracia ha triunfado sobre el comercio depredador de Roma en esos mismísimos recursos (18, 12).

[15] Nótese la ironía: el pueblo de Judea está abandonando corrientes de agua fresca por las aguas estancadas de unos depósitos que además tienen fugas (véase también Jer 17, 13). Este vocabulario bíblico está relacionado, así mismo, con la fertilidad: mĕqôr puede ser un eufemismo para una “fuente” (prole) de descendientes (por ejemplo Sal 68, 27; Pro 5, 18; Is 48, 1), y las “aguas vivas” (mayim ḥayîym) es un eufemismo para el sexo de una mujer (Cant 4:15).

[16] Estirando la analogía, incluso podríamos calificar a la estructura molecular de H2O como trinitaria: un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno, conectados por enlaces covalentes (el equilibrio estable de fuerzas de atracción y repulsión entre átomos cuando comparten electrones), representa un modelo elegante y único de equilibrio y relación.

[17] El hebreo ‘eythan cuando se utiliza junto al concepto de agua denota un flujo que nunca cesa (vid. Dt 21, 4). El séptimo mes se llama Ethanim: la estación del agua continua (1 R 8, 2). Sal 74, 15 alaba a YHWH como aquel que “hace brotar manantiales y regatos y que seca los ríos perennes” (traducción del autor).

[18] Imagen obtenida de Google Earth.

[19] Imagen obtenida de Google Earth.

[20] J. W. Powell (1961), The Exploration of the Colorado River and Its Canyons (Nueva York: Dover); vid. https://archive.org/details/explorationofcol1961powe . En 1879, Powell propuso que a medida que se fuesen atrayendo nuevos estados del oeste norteamericano a la Unión, se conformasen alrededor de cuencas hidrográficas en lugar de por fronteras políticas arbitrarias (véase el mapa que propuso en http://bigthink.com/strange-maps/489-how-the-west-wasnt-won-powells-water-based-states). Él consideraba, anticipándose a su tiempo, que a causa del clima árido, una organización estatal decidida en base a cualquier otro factor llevaría al final a conflictos por el agua. Sin embargo, fuerzas poderosas —en especial las compañías ferroviarias— presionaron para que las fronteras estatales se alineasen de una manera que —se creía— facilitaría la agricultura comercial. Powell argumentaba que el Oeste era demasiado seco, y sus suelos demasiado pobres, para sostener una agricultura a la escala que era habitual en el Este. Pero el lobby del ferrocarril prevaleció en el Congreso, con consecuencias profundas y duraderas. Para una reciente exploración del legado de Powell que pone su énfasis en las culturas indígenas del Suroeste norteamericano, véase Jack Loeffler y Celestia Loeffler (eds) (2012), Thinking Like a Watershed: Voices from the West (Albuquerque, Nuevo México: University of New Mexico Press,).

[21] Marita Prandoni (2011), “Know Your Lifeboat: An Interview with Permaculturist Brock Dolman,” Eco Zine, EcoHearth, 10/11/2011, http://ecohearth.com/eco-zine/eco-heroes/1088-know-your-lifeboat-an-interview-with-permaculturist-brock-dolman.html . Véase también Brock Dolman (2008), Basins of Relations: A Citizen’s Guide to Protecting and Restoring Our Watershed, 2ª ed. Occidental, California: Water Institute (http://oaecwater.org).

[22] Vid. National Geographic Education, “Mapping the World’s Watersheds,” http://education.nationalgeographic.com/education/activity/mapping-watersheds/?ar_a=1; Aboriginal Mapping Network, http://nativemaps.org.

[23] Kirkpatrick Sale (1985), Dwellers in the Land: The Bioregional Vision (San Francisco: Sierra Club Books), 43.

[24] Obtenida de https://flic.kr/p/hnGjKB y reproducida con permiso.

[25] Vid. por ejemplo Douglas Aberly (1993), Boundaries of Home: Mapping for Local Empowerment (Filadelfia: New Society); Van Andruss, et al. (eds.) (1990), Home! A Bioregional Reader (Filadelfia: New Society); Gary Snyder (1995), A Place in Space: Ethics, Aesthetics and Watersheds (Berkeley, California: Counterpoint); Molly Scott Cato (2013), The Bioregional Economy: Land, Liberty and the Pursuit of Happiness (Nueva York: Routledge); Mike Carr (2004), Bioregionalism and Civil Society: Democratic Challenges to Corporate Globalism, Sustainability and the Environment Series (Vancouver, Columbia Británica, Canadá: University of British Columbia Press); y Robert L. Thayer (ed.) (2003), Lifeplace: Bioregional Thought and Practice (Berkeley, California: University of California Press). Se puede consultar la relación exhaustiva de bibliografía biorregionalista previa a 1999 reunida por Thayer en http://bioregion.ucdavis.edu/who/biblio.html .

[26] Se encuentran raras excepciones en las obras de Wendell Berry (p.ej. Home Economics, Northpoint Press, 1987) y en el fallecido Jim Corbett (Goatwalking: A Guide to Wildland Living, A Quest for the Peaceable Kingdom, Viking, 1991; y A Sanctuary for All Life, Howling Dog Press, 2005) …¡ninguno de los cuales es teólogo profesional! Pese a que yo concluía mi obra Who Will Roll Away the Stone? Discipleship Queries for First World Christians (Maryknoll, Nueva York: Orbis, 1994) con una propuesta de una teología reconstructiva y una política del biorregionalismo (cap. 11), hace veinte años no obtuvo mucha audiencia entre las iglesias; afortunadamente, esto ahora está cambiando.

[27] Para una articulación más elaborada de lo que podrían ser las prácticas de una teología del “watershed discipleship”, véase mi artículo “From ‘Creation Care’ to ‘Watershed Discipleship’: Re-Placing Ecological Theology and Practice,” Conrad Grebel Review 32, nº 3 (otoño 2014); y http://watersheddiscipleship.org . Se exploran más características y perspectivas relacionadas con este paradigma emergente en otros artículos publicados en Missio Dei: A Journal of Missional Theology and Praxis 5, nº 2 (agosto de 2014).

[28] Leo el texto de este modo basándome en varias observaciones exegéticas. La “revelación” anticipada es apocalíptica (v. 18, apokaluptō; v. 19, apokalupsis), sugiriendo esto un desenmascaramiento de nuestra auténtica naturaleza como criaturas [N. del T.: El autor utiliza el término creaturehood, de difícil traducción al castellano (unmasking of our true human creaturehood). La idea que pretende trasmitir en esta frase es que el ser humano se pretende dueño y rediseñador de la Creación en lugar de aceptarse como parte de ella, como criatura]. Que el destino de los seres humanos y de la Naturaleza está estrechamente interrelacionado, aparece indicado por la afirmación dialéctica de que la Creación compartirá nuestra “liberación” (eleutheria, v. 21) incluso cuando compartimos el “gemido” de la Creación (v. 23). Los verbos en los vv. 22 (sustenazō, que sólo aparece aquí en el NT) y 23 (stenazō) pueden aludir al “gemido” de los israelitas bajo la esclavitud (LXX, stenagmos; Ex 2:24, 6:5, como en Rom 8:26). Esta esperanza de liberación de toda la Creación define lo que significa ser “salvados” (v. 24a).

[29] Acerca de la Caída como una rebelión contra la ecología tal como fue creada [N. del T.: en el original ecology of creaturehood; se refiere a la rebelión de aquellos que, desde el pecado original hasta la arrogancia de la Torre de Babel, rechazan su papel como meras criaturas y pretenden rediseñar la Creación a su antojo] véase mi artículo “From Garden to Tower: Genesis 1–11 as a Critique of Civilization and an Invitation to Indigenous Re-Visioning,” en Steve Heinrichs (ed.) (2013), Buffalo Shout, Salmon Cry: Conversations on Creation, Land Justice, and Life Together (Waterloo, Ontario, Canadá: Herald), 109–21.

[30] Esta noción ha sido desarrollada por el teólogo evangélico nativo Randy Woodley en Shalom and the Community of Creation: An Indigenous Vision, Prophetic Christianity (Grand Rapids, Míchigan: Eerdmans, 2012).


Notas del traductor

1 Una versión similar de este artículo fue publicada en: Missio Dei: A Journal of Missional Theology and Praxis 5, nº 2 (Agosto 2014).

2 El original watershed discipleship parte del doble ámbito semántico del término watershed entendido como línea divisoria de aguas (y, por extensión, cuenca hidrográfica), por un lado, y como momento decisivo o crítico, por el otro (watershed moment; en algunos países hispanohablantes se utiliza, análogamente, el término parteaguas en ese mismo sentido metafórico). La vinculación de esos dos campos de significado tiene su origen en el sentido primario de watershed como divisoria de aguas; de ahí se deriva su extensión semántica a cuenca hidrográfica y su uso metafórico como línea que divide dos futuros posibles. Así, el concepto de watershed discipleship implica un discipulado en el momento decisivo, es decir, en el momento histórico en el que nuestro futuro se decantará hacia un “fin de partida ecológico” o hacia una “curación” de la Creación, como se explica más adelante en este texto. Por añadidura, el autor utiliza la acepción geográfica del término watershed, a su vez, en dos sentidos: por un lado en el de ser discípulos (de Cristo) en las cuencas en las que cada persona vive; y, por otro, en el de ser discípulos de nuestras propias cuencas, aprendiendo a vivir de un modo sostenible adaptado al ecosistema en el que nos ha tocado vivir. Se explora con detalle el concepto en el sitio web https://watersheddiscipleship.org y en castellano en http://www.laCreacionGime.net (N. del T.).

3 En castellano en el original (N. del T.).

4 TM: Texto Masorético. LXX: Biblia Septuaginta (N. del T.).

5 El autor usa divine concern for the lowest, en un intencionado doble sentido metafórico: la preocupación por quienes están aguas abajo en la jerarquía social (N. del T.).

6 Aunque ninguna de las versiones en español que hemos consultado de ese pasaje contiene el concepto expreso de fluir aguas abajo, lo hemos querido incorporar para mantener la idea que quiere resaltar expresamente el autor con su propia traducción al inglés (N. del T.).

7 Basin en inglés significa tanto cuenco como (en Geología) cuenca (N. del T.).

8 En realidad, como resulta bastante obvio para las personas hablantes de lenguas romances, regere es un verbo, que significa regir. La palabra que designa territorio gobernado es la propia palabra latina regio, de la que procede región (N. del T.).

9 Esto puede ser cierto en fronteras procedentes del colonialismo. Sin embargo es raro en fronteras con más larga historia, como se puede apreciar por ejemplo en el mapa político de Europa, donde no hay prácticamente ninguna frontera rectilínea (N. del T.).

10 En el original se usa el término legislature, que en inglés rima con el término que se le opone: nature (N. del T.).

11 En el original watershed discipleship. Vid. nota 2 (N. del T.).

12 En el original watershed moment, esto es, el momento en el que se determina hacia cuál de dos destinos opuestos nos encaminamos, en función de nuestros actos, de manera análoga a cómo el agua de lluvia acaba yendo hacia un lado u otro de la divisoria o parteaguas, según caiga a un lado o al otro de dicha línea al tocar el suelo. Vid. nota 2 (N. del T.).

13 En este punto y en el siguiente el autor usa watershed en el sentido hidrográfico/geográfico de cuenca. Vid. nota 2 (N. del T.).


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